Soy una madre de la escuela pública. No la escogí por pobreza, ni por la
imposibilidad de acceder a otro modelo. Algunas personas próximas a mí
nunca han entendido esta opción, que interpretan como una muestra de
tacañería, de indolencia o de irresponsabilidad respecto al futuro de
mis hijos. Yo, sin embargo, creo firmemente que una escuela pública
igualitaria, gratuita, laica, interclasista y de calidad, constituye el
primer peldaño de la civilización y el único modelo a escala de una
auténtica sociedad democrática. Solo por eso, la habría escogido, pero
la calidad de la enseñanza también cuenta. En los colegios privados y
concertados suelen enseñar, como norma general, docentes que no han
logrado entrar por oposición en la escuela pública.
No me siento agredida por las protestas de los mejores profesores que
hay en España. Lo que me ofende es que los responsables de esta
situación pretendan manipular a la opinión pública presentando a padres y
alumnos como víctimas de sus reivindicaciones. Y aún me ofende más que
-después de haber asistido, año tras año, al recorte sistemático de
recursos en la enseñanza pública madrileña- se presente una ofensiva
estrictamente ideológica como una consecuencia de la crisis.
Mentira
podrida. Lo que pretende el Gobierno de Aguirre, que no ahorra en los
terrenos que le dona a la Iglesia católica ni en las subvenciones de los
concertados, es convertir la escuela pública en una vía muerta, un
reducto para ciudadanos de segunda clase. Para lograrlo, cuenta con la
complicidad de una sociedad anclada en el viejo modelo franquista de los
"colegios de pago" y los "pobres gratuitos". Eso es lo más triste de
todo. En ningún otro país europeo, con mejores notas en el Informe PISA,
sucedería nada parecido. Pero España, una vez más, es diferente y algo
más, un país anormal, aunque ni siquiera lo sepa.
ALMUDENA GRANDES 19/09/2011
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